La cruda historia de YPF, entre la narrativa y la necesidad

La empresa petrolera, que en 2022 cumplió cien años, vive un nuevo episodio de las intermitencias que caracterizaron su historia. Un péndulo alrededor de su carácter estratégico y su aparente improductividad resuelve, no muy bien, una política atravesada por discursos de todo tipo. Pese a sus diferencias, desde Yrigoyen hasta Milei, pasando por Perón, Frondizi, Menem y CFK, vuelven a caer en la disyuntiva.

Resulta altamente improbable que usted al leer esta nota haya vinculado previamente a Figueroa Alcorta (el presidente, no a la avenida) con el petróleo. Tiene mucho sentido que esto sea así ya que, pese a que el primer pozo petrolero fue encontrado en la Argentina durante su presidencia, este asombroso descubrimiento fue resultado de una mera casualidad. Allá por 1907 -en las cercanías de Comodoro Rivadavía-, la realización de perforaciones por parte del Ministerio de Agrícultura en busca de agua potable para los habitantes del lugar, dio lugar al descubrimiento del oro negro en suelo argentino, en medio de un territorio nacional poblado principalmente por colonos británicos. El celo vernáculo ante un posible reclamo de los propietarios del lugar llevó a la rápida nacionalización del pozo. 

Desde entonces, los debates sobre qué hacer con el petróleo (el papel del estado y los privados al respecto) han dominado la política argentina que confluyen, desde 1922, en el papel relevante de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. ¿Estratégica? ¿Improductiva? En su honor bautizaron muchos años después a la Isla Martín García, no por tener en sus límites una plataforma petrolera, sino por la prisión que sufrieron allí Yrigoyen, Perón y Frondizi (YPF). La trilogía presidencial, a su vez, engloba una porción no menor de la historia petrolera argentina.

La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen estuvo marcada por la primera guerra mundial y la segunda revolución industrial. Tiempos de cambio que afectaron gravemente a la economía argentina, acostumbrada hasta entonces a esperar que llueva para que el campo produzca (Plata Dulce dixit). En un escenario de reordenamiento económico mundial, la aparición del petróleo argentino se convirtió en un recurso ineludible que garantizó la provisión de combustible para una industria y un parque automotor que rápidamente se convertirían en los más importantes de América Latina. Pocos antes del final de su mandato, Yrigoyen sancionó la creación de YPF. Fue su sucesor, Marcelo Torcuato de Alvear, quien dió al general Mosconi la presidencia de la primera petrolera estatal del mundo. 

Mosconi realizó un gran trabajo en defensa del monopolio estatal del petróleo: “entregar nuestro petróleo es como entregar nuestra bandera”. ¿Clarito no? Esta bandera se convertiría en un dogma que diferentes mandatarios preferirían eludir. Sin embargo, el mercado de combustibles no era monopolio de YPF: en su segundo mandato, Hipólito Yrigoyen junto con Mosconi esperaban la aprobación de una ley que garantizase el monopolio exclusivo para la empresa estatal, aunque el dilatado tratamiento en el recinto legislativo dispuso el cajón para un proyecto finalmente enterrado, luego del golpe de estado de 1930 y del inicio de la década infame. Yrigoyen fallecería a los pocos años y Mosconi renunciaría a los pocos días del golpe.

Quizás es en esta materia donde el peronismo recibió mayores críticas internas, sumadas a las que, cada vez más, la tan intensa como reprimida oposición no dejaba de esbozar. La política industrial del peronismo, materializada en los planes quinquenales, requería de autoabastecimiento energético para consolidar la tan anhelada segunda independencia. Aunque la producción petrolera fue uno de sus caballitos de batalla del gobierno, la luz del peronismo se iría apagando hacía 1950 y la crisis económica, sumado al plan de estabilización del ministro Gómez Morales en 1952, convertiría a las imágenes de pocos años atrás en un escenario mucho más felíz que el actual. Acuciado por el déficit externo, el gobierno recurrió a una idea ya planteada anteriormente: la firma de contratos petroleros para la exploración de pozos con empresas norteamericanas en el marco de lo que sería el alineamiento de la Argentina con Occidente en el avance de la guerra fría.

La firma de los contratos en sí (realizada en 1955 con la California Argentina subsidiaria de la Standard Oil) no estuvo libre de polémicas. En la cámara de diputados, Jhon William Cooke, representante de una primigenia ala izquierda del partido, llevaría adelante un verdadero combate en contra del proyecto. Por otro lado, Arturo Frondizi, entonces diputado, publicaría un libro que incrementó su relevancia como político de centroizquierda: Política y Petróleo (1954). El libro se convertiría en un bestseller, que en buena medida resume los postulados que algunas décadas atrás el general Mosconi había pronunciado durante el gobierno del correligionario Alvear. Sin embargo, hacia 1958, convertido en presidente electo gracias a un acuerdo secreto con Perón, llevaría adelante una política de extranjerización petrolera mucho más profunda que la que en su momento, en su rol de opositor, tan duramente había criticado al que ahora se había convertido en su oportuno aliado.

 
Con resultados muy disímiles a las de la guerra contra la inflación de Alberto Fernández, la batalla por el petróleo inaugurada por el presidente en julio del 58 planteó, tácitamente, los postulados inversos a los esbozados por el diputado cuatro años antes. Esto generó la renuncia de su vicepresidente Alejandro Gómez y las críticas de muchos miembros de la entonces Unión Cívica Radical Intransigente. “Cuando llegué al gobierno me enfrenté a una realidad que no correspondía a esa postura teórica” señaló años después Frondizi, en lo que sería una buena síntesis del teorema de Baglini. 

Pese a todo, la llegada de capitales privados dedicados a la extracción de petróleo permitió casi triplicar en 1961 la producción de barriles por día respecto a 1955. Por primera vez en su historia la Argentina logró el autoabastecimiento, mitigando los déficits comerciales generados en parte por un política de desarrollo industrial que modelaba aquel escenario. La producción de energía resolvió sus déficits y el sector vivió una modernización de infraestructura en cuanto a la extracción, distribución y transporte con la construcción de gasoductos. La industria petroquímica avanzó, de igual manera que la producción de carbón aumentó a partir de la creación de Yacimientos Carboníferos Fiscales (YCF). No obstante, estos logros no fueron suficientes para consolidar un gobierno estable, finalmente derrocado en marzo de 1962, después de que el triunfo de los partidos neoperonistas en las elecciones de aquel mes, devuelvan a la sociedad argentina a un baño de realidad.

Durante los años 60, 70 y 80, a pesar de las diferencias entre los gobiernos civiles y militares, la política petrolera osciló en un sistema donde la existencia de la empresa estatal no impedía la inversión privada. Con una cifra ascendente en la producción, los años cercanos a las crisis petroleras de 1973 y 1979 fueron de graves retrocesos. Hacía 1992, el gobierno menemista vendió YPF, como parte de las joyas de la abuela que el gobierno decidió desprenderse con el fin de crear un buen clima de negocios, como la época demandaba con el arribo de los capitales españoles a la Argentina, entre ellos, la petrolera Repsol. Así, por primera vez el estado no tuvo ningún tipo de control sobre la producción de petróleo. Esta, en 1998 conseguiría su pico máximo histórico en la producción de barriles: 350% más que la producción de 1961. Luego de ahí, con el agotamiento de los pozos convencionales y la crisis económica y social que estallaría en 2001, que finalmente inauguraría una política energética de fuerte regulación, el derrumbe se pronunciaría.

Finalmente llegó la “estatización”; la compra del 51% de acciones por parte del estado. ¿Qué pensará Mosconi de esta sociedad mixta de mayoría estatal? Idas y vuelta; la falta de inversión de Repsol, la pérdida de soberanía, dieron lugar a un modelo que resultó novedoso para la historia. Una empresa que no es privada pero funciona como tal; que tiene acción pública pero no es estatal. Hasta que Vaca Muerta volvió a encender el sueño petrolero argentino, la producción argentina marcó un profundo descenso, revertido desde 2017 y que obtuvo recién en 2023 mejores números que en 2008. Hoy día, vuelve a convertirse en una joya plausible de ser vendida, o al menos su 51%.

Fotos: Archivo General de la Nación

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