El gasoducto: la victoria pírrica de Alberto

Ya está. Se terminó. Que ganaba incomprensiblemente, que perdía inexorablemente, que el contexto adverso, que la deuda, que la falta de decisión, que la falta de gobernabilidad, que la pandemia, las vacunas, el vacunatorio. La lista es larga, pero mal o bien, el gobierno de Alberto Fernández ya es parte de la historia. 

Los intentos por crear un gobierno a imagen y semejanza del mandatario naufragaron y, acorralado por ambos flancos, concluyó un gobierno cuyos puntos fuertes resultan tan insuficientes como endebles. Las causas del deterioro de su capital político son todavía parte de un fuego cruzado entre sectores al interior de un Frente de Todos que nadie reivindica. La defensa de la gestión pareciera poder sacar buenas (y tímidas) conclusiones sólo al realizar una comparativa respecto al gobierno de Macri, que rápidamente redunda en matices y genuflexiones.  Su deterioro penduló a lo largo de dilatados cuatro años entre un contexto internacional adverso marcado por la deuda, la sequía, la guerra, la pandemia y la oposición al interior de la propia coalición de gobierno, que en cada una de las decisiones que el presidente debía tomar, era acusado de tímido por sus aliados (adversarios). 

¿Fue el peor gobierno de los últimos 40 años? En principio la afirmación puede resultar tendenciosa si no se define un parámetro para evaluar a los mandatarios desde 1983 a la fecha. Quizás en materia económica, la víscera más sensible del pueblo argentino (Perón dixit) es donde el gobierno de Alberto Fernández muestra los peores índices, o al menos los más relevantes. Sí bien la inflación fue un problema agravado progresivamente a partir del 2002, su índice mensual alcanzó en septiembre del 2023 los 12.7%, significando el número más alto desde febrero de 1991, escenario previo a la sanción de la ley de convertibilidad. El dólar, que hacía su llegada al gobierno en diciembre de 2019 estaba bien en $60, superó los $1.000 a la hora de dejar la Casa Rosada. En fin, números que hacían que Guzmán, al menos en los indicadores, resultara mejor candidato que Massa. En paralelo, se señalan la caída del salario real, y el aumento de la pobreza en los cuatro años de mandato. Empero, existe un logro notorio del gobierno de Alberto Fernández que, nobleza obliga, no revierte los magros resultados de su gestión,  pero que sí matiza la imagen de un gobierno que pese a sus sombras dejó un legado material inexpugnable: El gasoducto Nestor Kirchner. La importancia de éste resuelve una problemática que se agudizó en los últimos 20 años de nuestro país y consiste en el freno a la producción y el transporte de gas. 

Quizás quién peina canas recuerda el logotipo de GAS DEL ESTADO, con su llama celeste y blanca y la alegoría a una figura que representaba a la república con el gorro frigio por detrás. La empresa estatal gestionó la producción y distribución gasífera en la Argentina desde su creación en 1945. La historia del orígen de los gasoductos en nuestro país se remonta a aquella Argentina peronista, tan necesitada de fuentes de energía para consolidar la industrialización del país y el crecimiento demográfico del AMBA. El primero en realizarse conectaba a través de 1605 km la localidad bonaerense de Llavallol con Comodoro Rivadavia, lo que permitió extender la red de gas en Capital Federal y el gran Buenos Aires. Desde entonces, atravesando gobiernos civiles y militares, la construcción de ductos para trasladar gas desde los centros de producción a los lugares de consumo fue multiplicándose, alcanzando la red de gas en ciudades del centro y sur del país, más cercanas a los centros de extracción, marginando mayormente de su alcance a las ciudades del norte. Hacia 1992, cuando el gobierno menemista decidió privatizar la producción, transporte y distribución del gas, la producción nacional había alcanzado los 25.33 MM de m3. Desde entonces la producción aumentó significativamente, alcanzando su máximo histórico en 2004, con 52.38 MM de m3. 

Pero de cuellos de botella está hecha la historia argentina. Así como la producción alcanzó un máximo, la capacidad de transporte también lo hizo. En 2010 se transportaron 136 millones de m3 por día, y ese fue su techo. Desde entonces, la producción gasífera nacional se encontró frente a un verdadero problema estructural. La falta de inversión de infraestructura sumado a la desinversión y el agotamiento de fuentes de extracción hizo que la producción gasífera se redujera abruptamente llegando en 2014 a los 47.48 MM m3. ¡Cinco mil millones menos que diez años atrás! Aquel cuello de botella convergió en la imperiosa necesidad de importar cada vez más gas desde Bolivia y Chile. En aquel año la cifra alcanzó los 11.93 MM m3, un monto ¡400% superior a los 2.61 MM m3, importados en 2010!. La cifra se mantuvo en niveles similares hasta 2017, cuando el componente importado empezó a reducirse en paralelo al aumento de la producción nacional. ¿Milagro? Sí. Se llama Vaca Muerta: la segunda reserva de gas no convencional del mundo. Una segunda pampa húmeda, auguraban los optimistas. Su puesta en marcha hizo que la producción aumentase a 49.35 MM m3 en 2019. Pero, ¿cómo hacer para distribuir ese gas, garantizar el autoabastecimiento, reducir las importaciones y aumentar incluso cuotas exportables a países vecinos? 

Es por esto que el gasoducto Néstor Kirchner consiste en el gran logro de la gestión de Fernandez. Luego del intento frustrado de la gestión anterior, el gobierno de Alberto llevó adelante la obra de infraestructura energética más importante de los últimos 40 años, que sin embargo fue parte de los fuegos cruzados al interior de la alianza gobernante entre Cristina Fernández de Kirchner y el ministro de producción, Martín Kulfas, lo que generó la renuncia de éste en julio de 2022. 

Al margen de eso, la obra consiste en una conexión de 573 Km que conecta Tratayen, Neuquén con Salliqueló, Buenos Aires. Una obra que reduce las importaciones en 4.200 millones de dólares y permite vislumbrar un futuro de una producción argentina más competitiva a nivel internacional. La segunda parte de la obra, que se encuentra en aparente suspensión por las recientes  decisiones del gobierno de Javier Milei, consiste en la extensión del ducto hasta San Jerónimo, Santa Fe. Lo que permitiría llevar gas en red hacia el nordeste argentino, donde todavía se mantiene la provisión a garrafas, una dinámica que, según el censo nacional del 2022 alcanza a más de 20 millones de argentinos, un 43,9% de la población.

Pese a las contradicciones, no resulta exagerado afirmar que el, que para muchos y con razón, peor gobierno de los últimos 40 años realizó la obra -energética- más importante de la democracia, la que puede asegurar el tan deseado autoabastecimiento. 

Pirro, el rey de Epiro interesado en imitar las conquistas de Alejandro Magno, después de ganar la batalla más importante de su vida a los romanos, debió volverse solo a Grecia. Alberto es nuestro héroe pírrico, después de hacer un gasoducto en tiempo récord, de ganar una contra batalla el tiempo, se marcha solo a España, sin siquiera custodia.

En fin, los argentinos lo podrán juzgar, como juzgamos todo.

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